jueves, 30 de enero de 2014

4. Eventos inesperados

Capítulo 4: Primera Cita

  Ya habían pasado algunos días en los que seguimos en contacto por facebook, en los cuales le tuve que enseñar cómo llamar por teléfono en Chile para pedir pizza, cuando Luisa nos pidió a los cuatro viajeros que le diésemos información sobre nuestra aventura hacia Machu Picchu. Luego de explicarle algunas cosas, como fui yo quien organizó la visita a la maravilla, Luisa me pidió que nos juntáramos para ayudarla a planear su viaje. Quedamos de vernos al día siguiente en estación Los Leones a eso de las 5:30 p.m. para ir a tomar un café y conversar. En Santiago estábamos en época de lluvia y mucho frío, por lo que se me ocurrió que un café sería el ambiente ideal para conversar, algun lugar bonito, con sillones. No tenía nada en mente, mi intención era improvisar, caminar un rato por ahí, ver un lugar que nos gustara y entrar. Además, tenía que ir a comprar unos libros, así que tendríamos tiempo de ver lugares mientras íbamos a la librería.

  El punto de encuentro era la boletería de la estación, a la cual llegué unos quince minutos antes. Estaba ansioso, sería la primera vez que estaríamos los dos solos. Pasaron diez minutos, aún no llegaba, pero todavía quedaba tiempo. Pasaron otros cinco, me empecé a preocupar. Pasaron otros diez y no aparecía. Otros diez más y ni una señal de ella. Me sentía como un tonto ahí parado, dando vueltas en círculos porque no podía estar tranquilo. Al rato me llegó un mensaje de Luisa.

PATOOOOOOO

pato pato patoooo
el cajero se quedo con mi tarjeta!


Lo que significaba que probablemente no nos íbamos a poder juntar. Me decepcioné otra vez de mi suerte, pensaba que ya no iba a resultar nada, pero luego de preguntarle si había hablado con el banco y si todo iba a estar bien, Luisa me dijo si quería ir a su departamento para conversar lo del viaje. Al principio me puse un poco nervioso, no me había preparado mentalmente para esa posibilidad, pero no me iba a negar a su invitación. Le dije que sí, que iba a comprar los libros y que luego iba. Llegué alrededor de las ocho a Santa María 571, edificio donde viviría Luisa por cinco meses.

  Subí por el ascensor al tercer piso y con una calma autoinducida toqué el timbre del 302. No recuerdo quién abrió, pero una vez adentro y ver a todos los roomies sentados en el living fue como un golpe en la cara. Creo que si hubiese sido su familia me hubiese caído de espaldas, pero como eran otros jóvenes más o menos de la misma edad no fue tan complicado aclimatarme y ponerme cómodo. Nos sentamos en la mesa del comedor y le expliqué con lujo de detalles cómo habíamos preparado nuestro viaje a Cusco.

- ¿Quieres subir a la terraza? Se ve muy bonito Santiago de noche, me gusta mucho.
- Mmm, bueno, vamos- cómo decirle que no, aunque ya había visto Santiago de noche desde una azotea y hacía frío. Pero salir de la vista de los compañeros de departamento de Luisa le ganaba a todo lo demás.
Subimos al ascensor y después de un par de palabras cruzadas quedamos en un incómodo silencio. Esos veinticuatro pisos fueron más largos que nunca, pero al fin llegamos arriba y salimos. Luisa había sido modesta en decir que se veía bonito, porque se veía espectacular. Quedé realmente sorprendido, nunca había visto Santiago así desde ese lado de la ciudad. Intenté identificar algunos edificios importantes y emblemáticos, dármelas de buen santiaguino y enseñarle a Luisa, pero parece que ella sabía un poco más que yo así que dejamos de lado el tema. Hacía mucho frío y Luisa estaba algo desabrigada, por lo que quería que se acercara a mi y poder abrazarla, pero se dedicó a tomar fotos y luego de un rato me dijo que tenía frío y que bajáramos.

  Una vez más los veinticuatro pisos del terror y la mirada indagadora de los roomies al abrir la puerta. Conversamos un poco más en la mesa y le dije por whatsapp (porque no quería que el resto escuchara) que fueramos a comer algo, pero solo los dos porque no andaba con mucha plata. Así que salimos en busca de un lugar donde cenar y como no sabía dónde podíamos ir, confié en mis instintos y caminamos hacia el centro. A unas cuadras del edificio encontramos un pequeño restaurant de comida china, que para mi era bastante flaite, pero daba igual porque hacía hambre y no tenía idea si íbamos a encontrar otro lugar donde comer. Nos sentamos frente a frente en una de las mesas y pedimos un menú para dos: carne mongoliana, chapsui de pollo, wantán y arroz chaufa. Todo un festín para Luisa, que me contó que la comida china de Tijuana era mucho peor comparada con esta y sobre todo quedó muy feliz con el wantán que no existía en su ciudad. Comimos y conversamos de los viajes, me contó del sur de México y de todo lo que hay por hacer, yo le conté un poco de lo que he visto de Chile y ya, nos quedamos sin tema de conversación.

  Luego de ese silencio incómodo que duró mucho rato de nuestra cena, pagué la cuenta y volvimos caminando a su casa. Luisa llevaba unos envases con lo que había quedado de carne y pollo para su almuerzo del día siguiente. Yo llevaba muchas ganas de que ese día no terminara. Pero llegamos a su puerta, miré la hora y era bastante tarde, apenas alcanzaba a tomar el metro para volver a mi casa. Nos despedimos en el lobby y se fue en el ascensor. Yo salí al frío del invierno santiaguino y partí hacia la estación de metro, esperando no encontrarla cerrada a esas horas de la noche. Sin haberlo planeado, sin darme cuenta, habíamos tenido nuestra primera cita y, aunque hubieron momentos incómodos, creo que salió bastante bien. Ya no podía esperar a que llegase el próximo miércoles, día en que haría un carrete en mi casa, al cual había invitado a Luisa. No lo sabía en ese momento, pero ese día que tanto esperaba marcaría un antes y un después en nuestras vidas.


Continuará...



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Hola, ya estoy de vuelta en Santiago, así que sigue la historia :)
Otra vez me tocó cocinar al almuerzo, así que tomé lo que quedó de los pimentónes y la cebolla, unos tomates, metí todo en una olla con un poco de aceite y lo puse a cocinar. Después de un rato con el mismo jugo de las verduras se hizo una salsa, a la cual le eché salsa de tomates pomarola y lo que quedaba de una Great Value de champiñones y no sé qué más para que tuviese más volúmen. Luego lo mezclé con salchichas cortadas en pedacitod y eso lo mezclé con pasta. Comimos de lo más bien, incluso sobró, así que le dimos los restos al perrito de la calle.


Ordenamos todo, limpiamos, cerramos la casa y ¡nos fuimos a Santiago!


Y así fueron estos tres días en Laguna con mis amigos. Lo pasé muy bien y me faltaba verlos y compartir con ellos. Ahora tengo que encontrar trabajo, ¡así que manos a la obra!

Gracias a todos por seguir leyendo :D

Pato.

PD: como estoy escribiendo en la noche, se podría decir que el día ya pasó, por lo que la cuenta regresiva avanza en un día. Así que... 70 días y contando.

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